sábado, 15 de junio de 2013

Así viví la Feria del Libro

Recuerdo una de las primeras veces en las que escribí un cuento. Si no se me ha olvidado es porque lo hice sobre servilletas de papel. Hoy me he preguntado por qué lo planté ahí y he llegado a la única respuesta lógica que se me ocurre tras recordar que mi madre nunca me negó unos folios (por mucho galgo que corriese sobre ellos): Quería verlo en forma de librito. Ya había creado unas cuantas historias por aquel entonces y crearía muchas más, pero desde que dibujé a aquellos protagonistas fantasmales e infantiles en las servilletas con unos cinco años, siempre quise que mis narraciones parecieran un libro (aunque no lo supiera tan claramente como ahora).
Pasé muchos años escribiendo básicamente para mí y apenas me atreví a publicar algunos poemitas o relatos por Internet, que era el medio que me resultaba más familiar. Y entonces, ocurrió: Volvió a mí ese extraño deseo y decidí (ya que, por fin había pasado del relato corto), convertir mis dos primeras novelas en uno de los objetos que más he apreciado en esta vida.
Los que me conocen, sabrán que no soy una persona paciente y es por ello que opté por el camino más rápido y me tiré de cabeza a la autoedición. No pretendía ser promocionada ni creía en la posibilidad de ser algún día conocida, tan sólo quería coger  un libro entre mis manos que tuviera mis historias dentro. Y así lo hice y la sensación de oler mis propias letras, me pareció una de las mejores experiencias de mi vida.
Imaginad entonces, lo que sentí el pasado día 11 cuando estuve firmando mis novelas en la Feria del Libro de Madrid… Ya no estaba sola con mi libro entre las manos, me hallaba ante un mundo de lectores que podían ver y tocar mis historias, como tantas veces yo lo había hecho con las de los otros. Y eso, como dice el famoso anuncio: “No tiene precio”.
Me encantó la experiencia y fue un día lleno de hermosas emociones. Simplemente entrar en la caseta de “La Torre Literaria” y ver la Feria desde el otro lado, ya me pareció sumamente revelador; al igual que me lo pareció conocer –aunque sólo fuera superficialmente- el  curioso mundo que la rodeaba. La experiencia era similar a la que siento a veces en las aulas: Después de tantos años estudiando, me cuesta comprender que soy la profesora. El martes, me costaba creer que era la escritora. Y aún sigo sin creérmelo...
Ése era el sueño y con eso es con lo que me debería quedar, pero lo curioso es que no. De un tiempo a esta parte me consume muchas veces el cinismo y cada vez me gusta más apartarme del mundanal ruido y, por eso, lo que realmente me conmueve de ese día es que el elemento humano y social fue el que más me impactó. Cuando vi a Mari Carmen –una buenísima amiga a la que hacía mucho que no veía- con su pedazo de cámara y sus amigos; a Begoña y a Olympia –dos amigas de las que también me había distanciado- y a Rebeca (ex alumna y talentosa creadora ), ya no me acordé de que estaba allí como escritora. Sentí calor porque personas que no esperaba ver se acordaron de mí y se interesaron por lo que había contado en Dientes de sable y Gorriones de piedra.
Y, por supuesto, me sentí plenamente feliz por tener a mi lado a varios miembros de mi familia y a Santi, que es como si también lo fuera.
La gente pasaba por delante de mí en oleadas. Algunos miraban con curiosidad o por accidente y otros, directamente, no me prestaban la mínima atención, pero yo tenía, detrás de todos ellos unos espectadores fijos que continuamente me estaban sonriendo y haciendo gestos, que estaban allí por mí y que me demostraban lo importantes que son en la vida de uno sus semejantes, aunque a veces nos olvidemos. Lo importante que es querer y sentirse querido.
También lo es conocer nuevas personas y me sentí muy feliz con mi compañero en la caseta y charlando con Mario Piña, que es quien hizo (por mediación de mi Fernandito) que yo pudiese estar allí.
Y, por último, también recordaré con cariño las anécdotas del día: La Sra. Juanita, que tenía unos ojos azules llenos de vida (de una vida que, por cierto, me contó) y que parecía haber salido de una novela; el vigilante de seguridad, que me confesó su afición por las letras y por la soledad; los molletes que probé en esas calles de Madrid que tan poco frecuento; el primer viaje en coche con mi cuñada, que se acababa de sacar el carnet…
En definitiva fue un gran día que me hizo sentir escritora, pero lo que es más importante: Persona.
Y lo que es más esencial todavía: Persona feliz.
Quiero dedicar esta entrada a Panchi, Fernando y Rocío (por haber estado siempre ahí), a mis abuelitos (por lo mismo), a Santi (que me hizo el cartel y se pasó el día aguantándome), a Javi, a mi hermano Pablo, a Helena;  a Mario, que ha sido encantador conmigo; a todos aquellos que vinisteis a verme y, por supuesto, a todos mis lectores –pues para vosotros escribía desde siempre sin saberlo hasta hace unos pocos años.

Y a mis padres, por cuidarme a la niña.
Os dejo el álbum con las fotos del día.
Abrazos.

Feria del libro (11-6-2013)

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