A continuación podéis disfrutar de los relatos de Carolina Pérez. Algunos son realmente escalofriantes... Las magníficas ilustraciones también las ha realizado la alumna.
1. Huella de carmín en el espejo.
Lo recordaría durante mucho tiempo; los gritos, sus uñas rasgando frenéticamente mi camiseta y, cómo no, cuando cayó sobre la cama con un suave y helado suspiro. Cogí un trapo mojado y lo pasé por encima de la enorme mancha carmesí sobre la superficie lisa tratando de no dejar ningún indicio. “La mejor noche de mi vida”, pensé al acabar y ver a lo lejos una marca roja impresa en el espejo del baño. Eso también tendría que limpiarlo.
2. Un ojo morado.
Había sido un accidente, de eso estaba segura, pero cuando caí de bruces en el suelo nunca me había sentido más enfadada. Abrí los ojos sintiendo que el izquierdo me palpitaba enérgicamente; no había visto venir ese balón. Levanté la vista y sentí que mi respiración se entrecortaba al cruzar mi mirada con la suya, fue ahí cuando me pregunté si acabar con el ojo morado había sido cosa del destino.
3. Peces muertos.
Huí.
No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo tratando de ignorar lo que había a mi alrededor pero las piernas me flaqueaban agotadas haciéndome tambalear cada vez más y más hasta que una acabó cediendo. Apreté los ojos con fuerza, noté algo húmedo traspasar la tela vaquera de mis pantalones y los abrí lentamente para encontrarme con un escenario de lo más psicótico y sangriento; miles o millones de peces flotaban sobre un enorme e interminable mar carmesí.
Grité.
Había caído en el infierno.
4. Bostezo en una reunión.
Bostezo.
De nuevo la misma pesadilla de cada noche, cerré los ojos dejándome llevar por el cansancio y ahí seguía, en mi mente, la misma mujer en camisón ríendo una y otra vez ¿Se reía de mí? Luego venían los gritos y finalmente un sobrecogedor silencio acompañado de una escalofriante respiración a mi espalda. Abrí los ojos aterrado con algunas gotas de sudor frío recorriendo mi nuca.
“La reunión” me digo a mí mismo y bostezo.
5. Vela apagada.
“¡Espera!” grité corriendo detrás de Annie. Sus largos y albinos tirabuzones desaparecían tras cada esquina dejando oscuridad tras de sí. Había veces que no era capaz de verla bien pero la luz de la vela que llevaba y su continua risita me guiaban por los pasillos del lúgubre castillo. Giré de nuevo encontrándome de frente con un callejón sin salida y a mis pies una vela humeante desparramada.
Annie había vuelto a desaparecer pero aún podía escuchar su risita recorriendo los pasillos.
6. Monedas en el plato de un bar.
Me pregunté si era famoso. Estaba sentado en la terraza de un bar, su pelo de un rubio casi tan claro como su pálida piel se mecía de un lado al otro al son del viento y sus ojos grisáceos se paseaban de un lado al otro mirando a su alrededor con curiosidad. Todo el mundo que pasaba a su lado le observaba descaradamente y yo no era una excepción. Nuestros ojos se cruzaron y no pude evitar temblar al sentir un repentino viento helado rozando mi cuello. Sus comisuras se elevaron suavemente acabando en una gran sonrisa y sus labios se movieron como si quisiese decirme algo “Te encontré”, aparté la mirada y al volverla de nuevo hacia él, tan solo quedaban unas oxidadas monedas junto a la cuenta.
7. Olor del café por la mañana.
Tenía los ojos cerrados pero no pude evitar reaccionar al identificar en el aire el amargo olor del café. Sonreí. Nunca había podido resistirme a él; me levanté de la cama y corrí a la cocina para encontrarme la cafetera en pleno funcionamiento. Me estremecí al observar como el café caía tiñendo la blanca taza de un marrón chocolate. Dos azucarillos y un chorro de leche después, caía en la tentación de su delicioso y envolvente sabor.
Aquello era estar en casa.
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