Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba…
Garcilaso de la Vega, Égloga I
El ser humano, por lo general, tiende a salpicar la belleza del mundo con su verborrea incontenible. La vida es como el lobo, no es tan mala como parece, pero de los trapos limpios nunca se habla.
El Bien es emocionante en su justa medida ya que aunque nos provoque una leve sonrisa, no es el ingrediente propicio para generar cotilleos y chanzas, dos elementos que, por desgracia, adoramos.
Hacemos poco caso al pobre Horacio, que lleno de lucidez, en cierta ocasión enunció: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas” y, hablar por hablar, se ha convertido en la maldición a la que estamos ligados en este tiempo pues cuando hay silencio total alrededor, nuestras rodillas empiezan a flaquear y comenzamos a ponernos nerviosos frente a un vacío que nos ha inculcado a base de decibelios la frialdad de la sociedad moderna.
La mayor parte de las veces justificamos el uso indiscriminado de la palabra con máscaras que hagan parecer digna tal insensatez: comunicación, socialización, conocimiento, información, expresión… Pero lo cierto es que nuestra mayor motivación a la hora de hablar es la de hacer ruido para no sentirnos invisibles. Es lo que tiene ser “mortal y rosa”, que no es fácil de asumir.
¿Por qué esa alumna quiebra la barrera del sonido con graznidos fuera de contexto mientras explico el Complemento Directo? Porque lleva toda la vida intentando hacerse oír por encima del televisor.
¿Por qué si mi guapo interlocutor se calla yo empiezo a lanzar palabras como si tuviera una Thompson por boca? Porque temo que no me vea si no lo entretengo y lo engancho a mis historias como una Sherezade desquiciada. Porque me da vergüenza que me vean sin mi disfraz lingüístico (es como salir sin ropa).
¿Por qué hablamos durante horas de cualquier tema aunque no nos interese lo más mínimo?
Porque somos al ruido, lo que los topos a la oscuridad y, cuando este falta, nos sentimos atenazados por el horror y la ceguera. Es sólo el sol. Es sólo el Silencio. Pero dan miedo.
Lo dicho anteriormente es la única explicación que se me ocurre para comprender la existencia de las terapias de grupo que nos hemos empeñado en llamar “Juntas de Evaluación” y que, pese a ser útiles en uno o dos aspectos y en casos puntuales, consisten sobre todo en chismorrear –eso sí, con la educación y elegante verbigracia característica de nuestra profesión- sobre los alumnos conflictivos o, simplemente, en contar nuestro jocoso y/o trágico anecdotario de aula; bien para demostrar carisma, bien para que Morfeo no nos rapte (suelen celebrarse estas reuniones a la hora de la siesta), bien como catarsis porque por fin tenemos un auditorio que nos escucha y al que no tenemos que mandar callar (aunque esto tampoco es general).
¿Y, a qué viene toda esta perorata aparte de que a mí también me gusta hablar para no tener nada que decirle a La Muerte? (creo que a Alguien que te saca de la vida, como mínimo, hay que negarle la palabra) Pues viene a colación de que el otro día, un compañero me comentó su indignación porque jamás se habla de los alumnos destacados en estas reuniones. He estado reflexionando sobre el tema y he llegado a dos conclusiones:
a) Lo bueno no da para llenar los cincuenta minutos dedicados a tales eventos (debido a su escasez)
b) El mal es atractivo y entretenido.
Así que rebelándome contra la imperiosa necesidad de hacer del mundo algo peor de lo que es, os diré que por esos alumnos “buenos” sigo teniendo ganas de corregir, ansias de innovar y de crear materiales de calidad y de sonreír en clase y, por tanto, quiero aprovechar esta entrada para homenajear a ese alumno serio, aplicado y tranquilo que suele demostrar su sensatez con el oro de nuestro siglo: El Silencio.
Que nos preocupemos del alumno pródigo y que le tengamos cariño no tiene que significar que nos olvidemos de aquellos chavales que jamás dan un problema, que contribuyen al buen clima de la clase y que hacen del entorno educativo un lugar mejor. No nos olvidemos de que Ellos hacen que nuestro trabajo sea un poquito más fácil.
Un abrazo a todos mis alumnos “Traviesos” (porque “Malos” no tengo) y dos para los Buenos, jeje
Cuánta razón. Y es una crítica que no cae en la tan bien advertida "atracción del mal"... ¡Con lo tentador que debe ser incurrir en el más atroz ensañamiento!
ResponderEliminarGracias Anónimo por pasarte y enriquecer mi blog con tus palabras. Está claro que yo también caigo a veces en la "atracción por el mal" ¡A ti te lo voy a contar! jajaja
ResponderEliminarBuenas, soy Ana Isabel de 1ºBCH A.
ResponderEliminarAntes que nada, comentar que me ha impresionado el lenguaje empleado en el texto, simplemente me ha dejado anonadada, conduce a replantearme seriamente si lo que yo hago puede considerarse escribir. Y aunque también es cierto que lo ha escrito una profesora de Lengua, no creo que dentro de quince años pueda llegar a escribir ni la mitad de bien.
Centrándonos en el contenido del artículo, muy cierto es que la atracción por el Mal es inevitable. El Bien resulta demasiado tranquilo y apacible, en definitiva aburrido. Así pues, estamos condenados a caer en la tentación del Mal. Este resulta mucho más entretenido(aunque pocos lo admitirían), por lo que ignorarlo nos resulta imposible.
Por otra parte, solo nos damos cuenta de las cosas malas que nos suceden. Por ejemplo, si estamos durmiendo y la vecina tiene la genial idea de poner la radio a todo volumen, nos quejamos de que no podemos dormir. Sin embargo, no pensamos en que tenemos un techo bajo el que poder guarecernos.
En definitiva, el artículo me ha hecho reflexionar y me ha encantado.
Muchísimas gracias, Ana, por tu comentario. De verdad me halaga lo que dices, ya que eres una alumna muy buena. Pero, sinceramente, dudo mucho que no puedas superarme escribiendo. Ya lo haces extraordinariamente, no hay más que ver tus comentarios, trabajos y exámenes. La única pena es que te decantes por "inglesa" en vez de por "hispánicas", pero bueno, al fin y al cabo, escoges filología, te quedas en casa, jeeje. Un abrazo
ResponderEliminarSeré breve. Soy alumno travieso o "malo" desde muy pequeño. Mi vocación comenzó a manifestarse hacia el cuarto curso de la E.G.B. en donde suspendí Lengua y Mates en el primer trimestre. Nunca me ha interesado demasiado aprobar exámenes o sacrificarme durante el curso para aprobar todas a final de curso. Todos los años reservaba trabajo para las vacaciones de verano. Crecí en un ambiente en el cual no estaba bien visto estudiar, interesarse por la lengua, historia, literatura ... Siempre, ya fuera en el colegio, o en cualquiera de los institutos por los que he pasado encontraba lo mismo y también "lo mismo" me encontraba. De todos estos años hay un recuerdo en especial que guardo secretamente, un sentimiento extraño que nunca supe ponerle nombre, el recuerdo infantil de los libros nuevos antes de empezar cada nuevo curso. Algunos cursos fueron mejores que otros. En algunos cursos los profesores no me odiaron tanto como en otros. Nunca fui buen estudiante, nunca lamenté mi falta de concentración, mi nivel intelectual, mi escaso talento, ambición. Ahora trabajo, con el dinero que gano compro y pago muchas cosas. Han pasado muchos años, pero la atracción a los libros no ha desaparecido, sigo aprendiendo, sigo siendo mal estudiante. Que me perdone Horacio. Saludos !!
ResponderEliminarLa importancia de ser tú:
ResponderEliminarSiempre hay cabida para el maestro de antaño. Siempre que paso por aquí, es imposible que el corazón no se me aflija. Siempre que paso por aquí, aprendo cosas nuevas. Siempre que paso por aquí, recuerdo la importancia que tienes. Siempre que paso por aquí, me enamoro de tus palabras. Siempre que paso por aquí, escudo mi silencio en tu sonrisa. Siempre que paso por aquí, tus palabras son parte de vida. Siempre que paso por aquí, aprecio tu docencia. Siempre que paso por aquí, me haces ser mejor persona. Siempre que paso por aquí, la emoción se expande en mi pensamiento. Siempre que paso por aquí, no me canso de caminar. Siempre que paso por aquí, aprovecho para soñar. Siempre que paso por aquí, la palabra cobra un significado. Siempre que puedo, paso por aquí. Siempre que puedo por aquí, paso y descubro cosas nuevas.
Por eso eres tan importante para mí, porque siempre que paso por aquí, terminas siendo una adicción.
En agradecimiento a esos dos abrazos y todo lo demás.
Frdo: Un alumno travieso, bajo un concepto de maldad diferente.
Maravilloso artículo. Comparto totalmente las palabras de Horacio.A veces no hablar no es sinónimo de no querer relacionarse con los demás. Vivimos en una sociedad llena de ruido, en la que, parece razonar más el que más habla o el que más grita. Afortunadamente, aún quedan personas cuyas palabras nos enriquecen y motivan día a día .
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