martes, 1 de noviembre de 2011

Microcuentos: Soraya Indiano 6ºE, Daniel Asenjo 6ºD, Alejandro Marín 6ºG y Manuel Perdigón 6ºD

¡Primera cosecha de calabazas, jeje!


Como son muchísimos los trabajos sobre microcuentos que me habéis entregado he decidido colgar las fotos de todos, pero hacer una selección de los que publico (porque, si no, no doy abasto). Aquí tenéis los trabajos de Soraya, Daniel, Alejandro y Manuel, que han sacado los microrrelatos de Internet y los han agrupado en librillos calabaza. He escogido tres cuentos de entre todos los que aparecen porque me han parecido los más escalofriantes






  Calabaza de Soraya

Calabaza de Daniel, muy trabajada:

Calabazas de Alejandro y Manuel:
Como microcuentos escogidos, he elegido los siguientes:
Entre penumbras (seleccionado por Soraya Indiano)

Su Marido dormía desde hacía rato, roncaba como siempre. Mirta estaba despierta,esperando que el sueño la venciera y así poder dormir.
Su habitación estaba en penumbras, apenas se distinguían las cosas que allí había.
El armario, de color claro, se veía como un monolito contra la pared. El ventiladorde techo zumbaba desde lo alto, y en aquella oscuridad, parecía que se movía hacia los lados, mas de lo normal. El diploma de su esposo, enmarcado en la pared, reflejaba algo de la débil luz que traspasaba la cortina de la ventana; las cortina misma, enaquella oscuridad, daba la impresión que ondulaba con lento movimiento.
Un débil sonio hizo que Mirta mirara hacia la puerta. Se abrió lentamente, detrás de ella apareció una figura pequeña, de hombros angostos. Mirta se bajó de la cama.
- ¿Qué pasó Rodrigo? - susurró Mirta - Otra vez viste monstruos, ¿es eso?
La silueta pequeña pareció asentir con la cabeza. Mirta lo tomó de la mano y
salió al corredor. El corredor también estaba oscuro. Llegó frente a la habitación
de Rodrigo y tanteó la perilla de la puerta. Al entrar, vio que algo se movía sobre
la cama de su hijo; un bulto se incorporó con rapidez.
- ¡Mamá! ¿Quién es ese? ¿A quién le estás dando la mano? - gritó Rodrigo desde
su cama. 
Autor: Jorge Leal
Su blog:
http://cuentosdeterrorcortos.blogspot.com/2011/09/entre-penumbras.html
El suicida (seleccionado por Alejandro Marín)
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.
Autor: Enrique Anderson Imbert

Todas las noches (seleccionado por Manuel Perdigón)
Alrededor de las dos de la madrugada, mis vecinos ponían la misma canción a todo volumen. Vivíamos pared con pared. Solo podía maldecirlos. Era una de esas canciones caribeñas con mucho ritmo.
Mis vecinos eran una pareja joven y muy amable. Un chico delgado y una chica risueña de bonita sonrisa. Su único problema era que siempre que llegaban del restaurante en el que trabajaban ponían esa música atronadora y me despertaban.
Decidí matarlos, no atendían mis quejas y por eso los maté, para asegurar mi descanso.
Cuando se llevaron los cuerpos, después de las rutinarias preguntas policiales, nadie sospecho de mí, afable y reputado anciano como soy, con toda una vida en la misma casa.
Pero lo que ahora me tiene aterrado, es que esta madrugada, ha sonado la misma canción, mientras unas voces, entre risas, al otro lado de la pared, dicen «cuando menos te lo esperes bailaremos los tres juntos». Autor: Victorvi. Ganador del I Certamen de Microrrelatos de Terror ArtGerust.

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